Hemos vuelto a celebrar que venían los Reyes Magos. Un año más. Y un año más he ido a verlos, pero no sólo a ellos sino también a esos miles de niños para los que son una realidad sin fisuras. A estos niños les acompañan sus hermanos algo más mayores, que ya sospecharon un conflicto entre realidades, y que se iniciaron en el mundo de la duda. Luego, atraídos por el nuevo universo de los adultos, fueron convencidos para mantener en secreto ese imaginario de los más peques. Pero lo que estos mayorcitos no saben todavía es que ese pacto con los mayores no es más que asentarse en otro mundo imaginario que luego, más tarde, cuando tengan una adolescencia hormonada, deberán poner de nuevo bajo sospecha y dudar, dudar hasta reventar. Deberán construir ellos mismos otro imaginario, o adherirse a uno preexistente para modificarlo. Y así, de imaginario en imaginario, de mundo en mundo, irán saltando y salvándose de dudas, pero, sospechando al final de todo. Sólo que como premio se encontrarán en el ejercicio de una libertad inesperada. Deberán decidir por motu propio a qué imaginario saltar y cómo hacerlo. También habrán de zanjar cuánto de su parte ponen para sumarse a esa aventura humana que es vivir anclados participadamente en no se sabe qué exactamente, y que cada vez es más complejo. Pero no hay cuidado; los Reyes Magos vuelven cada año, y sino vengan ustedes que los verán...