En última instancia, el “yo” es una alucinación y ,
sin embargo, se da la paradoja de que es la cosa más valiosa que poseemos.
Douglas R. Hofstadter(1)
Nací
en 1954, hace ahora sesenta años. De aquel universo no queda casi nada, aunque siga siendo mucho dado que nuestro mundo no es explicable
sin él. Se da la paradoja de que estando yo aquí, soy
aquel mundo y también este; he tenido permanencia dentro del cambio, formo parte
de la memoria, y en mi presente soy una plataforma de posibilidades para el
futuro. Fluctúo entre el ser obligado por el despertar de cada
mañana que se hace autoconsciente hasta el ser que cierra
los cansados párpados por la noche. En esa franja de vigilia está mi
oportunidad, que como un experimento reiterativo y sin fin, sabré aprovechar, o no.
Tal como recordó Einstein, el tiempo y el espacio no existen en sí mismos. No hay un tiempo universal sobre el que se apoyen los aconteceres, ni un espacio tridimensional sobre cuyas coordenadas la materia se deslice. Tiempo y espacio solo se dan en relación a la materia existente, dentro de ella, de esa misma materia que está en constante movimiento. Los acontecimientos se suceden unos a otros, de manera imparable, cambiándolo todo. Si algo no cambia, es que todo cambia.
Y si esto es realmente cierto, entonces será cierto también que mi permanencia es una ilusión. Yo tampoco soy aquél que fui cuando sonó el timbre del último día de clase en la escuela secundaria, y en consecuencia tampoco el que ha escrito las primeras letras de este texto. ¿Quién soy, pues? Ni alguien, ni nadie. Rota la geometría euclidiana, soy producto de una ecuación con números irregulares que expresan el emerger y el mantenimiento de cierta complejidad salida de entre la vastedad del bullicioso caos. Emerge una apariencia que desaparecerá en cuanto la fuente de energía que me mantiene se diluya. Es una apariencia que habrá actuado en todas mis dimensiones y metamorfosis desde mi más tierna infancia hasta los años más longevos a los que pueda acceder.
Y si esto es realmente cierto, entonces será cierto también que mi permanencia es una ilusión. Yo tampoco soy aquél que fui cuando sonó el timbre del último día de clase en la escuela secundaria, y en consecuencia tampoco el que ha escrito las primeras letras de este texto. ¿Quién soy, pues? Ni alguien, ni nadie. Rota la geometría euclidiana, soy producto de una ecuación con números irregulares que expresan el emerger y el mantenimiento de cierta complejidad salida de entre la vastedad del bullicioso caos. Emerge una apariencia que desaparecerá en cuanto la fuente de energía que me mantiene se diluya. Es una apariencia que habrá actuado en todas mis dimensiones y metamorfosis desde mi más tierna infancia hasta los años más longevos a los que pueda acceder.
Según
la Real Academia Española la apariencia es:
apariencia.
(Del lat. apparentĭa).
4. f. En el teatro, escena
pintada sobre lienzo o representada con actores y muñecos, oculta por una
cortina que se descorre en cierto momento de la representación.
Concluyendo, ser apariencia, verosimilitud, probabilidad, aspecto exterior, es el
máximo consuelo al que podemos aspirar, y eso con mucha voluntad y esfuerzo. Sin ellos los límites se diluyen y el pulso vital queda confundido en un paisaje anodino. Por suerte en este ser caben muchas cosas,
como por ejemplo el amor al otro, el cual -y eh aquí otra paradoja-, no deja de ser él también otra apariencia.
La voz de Rilke resuena cuando dice “Has de cambiar tu vida” y te recuerda que estás inmerso en un océano de cambio, en el que debes coger con mano firme el timón. De su interjección se desprende una consecuencia en forma de pregunta: ¿Qué estás haciendo? Al fin, no solo has de contestarte, sino dar una respuesta ética frente a los demás. Y todo ello subido a las tablas del teatro, descorrida toda cortina, en donde día a día representas esa apariencia que emerge, quieras o no.
Sin
tiempo, sin espacio, en cambio constante, todo apariencia, perdido pues el
marco de referencia, vivir para mí sigue siendo un arte de difícil ejecución. Guiado por una amalgama entre intuición y razón, donde intento que haya más de la primera que de la segunda, solo es soportable si alguien me mira,
pero sobre todo se llena de esperanza si alguien me llama por mi nombre:
Enrique
Nota: ¡Feliz cumpleaños para todos!
1. D. Hofstadter: Yo soy un extraño bucle. Pag 376. Ed Tusquets, Barcelona 2008