Año tras año, mes a mes, día sobre día se despliegan las siete esferas del ser, de lo más terrenal a lo más espiritual. En este transcurso, Mateo Aliaga se encuentra con un abanico de personas que penetran en su armazón y pasan a ser parte de él mismo. Pero esto no basta para sosegarlo. Solo desvelar el secreto de Velázquez lo hará.
¡Mi primera novela!
Texto leído en la presentación que se hizo en el Ateneu de Barcelona el 16 de diciembre de 2016
Capítulo especial merecen los agradecimientos en esta novela
que se ha gestado enteramente en esta casa a través de la “Escola d’Escriptura"
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Rosa Mª Prats durante la presentación |
Inicié mis primeros pasos junto a Rosa Mª Prats
que durante un curso se esforzó en que descubriésemos el lado literario de
cualquier palabra, palabras tan sencillas como un simple lunes. Luego vino Juan
Trejo que afrontó el trabajo quizá más arduo y menos agradecido, dotarnos de
los instrumentos para que la arquitectura del texto fuese sólida con los
materiales adecuados para evitar derrumbes o construcciones tan lábiles que no
soportasen una lectura. Al fin, apareció Olga Merino que tuvo el cometido de
hacernos ver lo más difícil, que la verosimilitud de los personajes y los giros
de sus aventuras son el valor que da sentido a la ficción. Por último Helen
Gilboy, que batalló durante todo un año para que la precisión léxica rigiera en
nuestros textos.
Esta novela que hoy presento está en deuda
con cada uno de ellos. Pero también con cada uno de los compañeros que semana a
semana me acompañaron con sus comentarios e indicaciones, especialmente los del
grupo Novela II 2012-2013, con una
mención especial para Toni.
El Secreto de Velázquez tiene
siete capítulos, cada uno como un día de la semana. Pero no son días
correlativos. De uno a otro pasan años en la historia que explico. De un lunes
de 1997 a un domingo de 2009. He querido encontrar el sentido a cada día de los
que conforma esta unidad que es la semana, porque de hecho no es lo mismo vivir
en un lunes o en un viernes. Coincide también que son siete las esferas del ser
en algunas tradiciones orientales: lo más terrenal, el deseo, la libre
voluntad, los sentimientos, la capacidad de acción, la conciencia y el
trascendente. Cada una de estas esferas encuentra su reflejo en la novela que
podéis ver claramente ya en los títulos de cada capítulo: la tierra torcida, el
deseo líquido, la voluntad en sístole, el contrapunto al horror vacui, la voz
templada, la visión de geodesia y la clave de bóveda en una clara progresión de
lo más terrenal, el lunes, a lo más espiritual, el domingo. Hay varios temas
que atraviesan todo el texto. Entre ellos quiero destacar hoy cómo los avances
en la biotecnología obligan a abrirnos hacia espacios que ninguna generación
previa a la nuestra no había podido ni imaginar. Desde la oveja Dolly, que abre
la novela, hasta los seres creados genéticamente ex nuovo, los personajes
deben asimilar la realidad de vivir en un mundo que cambia década a década.
Algunos de mis amigos, de vosotros, se han sorprendido de
por qué hago ahora ficción.
Intentaré explicarlo: Sabemos muchas cosas, pero por más que
ampliemos el conocimiento nunca es bastante para entenderlo todo. Es decir,
estamos obligados a aceptar que nos movemos gracias, y a pesar de, un
conocimiento parcial, y que el resto de lo que falta lo completamos mediante
suposiciones, experiencias previas que pueden venir al caso o no, y toda suerte
de artilugios mentales necesarios para completar el cuadro que se nos presenta
delante. Y todo ello para navegar con ciertas garantías y llegar a la noche
sanos y salvos. Es decir, del poco conocimiento y del mucho suponer encontramos
el suelo suficiente para sobrevivir. El suponer sería la ficción y el suelo la
realidad.
Al
darme cuenta de que la vida real flota sobre una nube de ficción me acomodé para
experimentar con ella. Crear personajes. En cualquier laboratorio, bajo
condiciones controladas se analiza una variable: ¿qué comportamiento tendrá la
variable X en tal circunstancia Y? En la novela, al igual que en un
laboratorio, se crea un escenario (las condiciones controladas), y se hace evolucionar
a uno o dos personajes que son las variables X. Este ensayo, este experimento,
es emocionante porque los personajes evolucionan siempre de forma imprevista.
Es entonces cuando se hace la luz, cuando tu personaje te enseña y hallas el
goce de escribir. Dice Salvador Pániker en un momento de sus Memorias de
1995 que explorar es no saber nunca muy bien lo que se busca. Hacer ficción
es sin duda explorar, por eso, cómo empiezas no es cómo acabas la escritura,
por muchos apuntes que lleves. El texto, sus personajes te sorprenden.
¿Qué
diferencia hay entre el laboratorio y el exterior, entra la novela y el mundo
real? En el mundo exterior deja de haber condiciones controladas, todo son
variables interactuando. Ello hace que cualquier conocimiento sea siempre muy parcial
por buena que haya sido la observación. Y, sin embargo, no dejamos de
experimentar, de observar, porque, por parcial que sea el conocimiento, éste es
liberador cuando se reconoce a sí mismo limitado, parcial, mutable. Pasa lo
mismo con la novela, por parcial que pueda ser la vista que sobre la realidad
proyecta, es liberadora al mostrarnos nuestra condición tan finita y mudable.
Por eso, igual que no dejaremos de estudiar, no dejaremos de novelar. Es
imposible que la novela muera porque precisamos liberarnos en y por el
reconocimiento de esa naturaleza tan indefinida e inacabada que compartimos.
Dejadme que
cite a José Antonio Marina que en Crónicas de la Ultramodernidad dice: La especie humana ha ampliado
continuamente el ámbito de sus necesidades y anhelos. Nunca ha querido
permanecer en lo dado. Por muy atrás que retrocedamos en la historia, y por muy
lejos que viajemos, descubrimos que el hombre se ha empeñado siempre en
explicar las cosas que veía, en inventar cosas nuevas, en aumentar su poder, en
crear normas de vida.
Así pues, volviendo a la novela,
descubrimos que hacer ficción es tanto como describir lo dado, inventar un supuesto
y dotarlo de una resolución. En definitiva, buscar nuevos valores que sustenten
un vivir que siempre es itinerante, abierto.
En esta mi
primera novela-laboratorio experimento con un solo personaje, el Dr. Aliaga.
Los otros son estructuras fijadas, que no mutan. Espero de esta manera que se
facilite la descripción de la insondable soledad que lo inunda, esa que solo
cada uno vislumbra cuando gira la mirada hacia adentro. Después, una vez cara a
cara a los acontecimientos que advienen, deberá tomar armas para dotarse de una
solución que, como no puede ser de otra manera, le vendrá afectuosamente desde
fuera y hará posible, quizá, que se ilumine un claro en su bosque. Luego, a lo
mejor, habrá encuentros con el lector y nazca la empatía, porque, al fin, lo
que importa, aunque sepamos poco o nada del otro, lo que importa, digo, son los
afectos.
En la vida
de toda persona hay momentos de felicidad. Este es uno para mí, y no tanto por
ver a mi personaje nacido, el Dr. Mateo Aliaga, sino por la reunión en la que
estamos. El secreto de Velázquez no es otro que el sentido de la amistad, del
vivir espejado en los demás. Teneros aquí es para mí el mayor gozo. Espero que
yo os pueda devolver a cada uno de vosotros un reflejo que, a través de mi querido
Mateo Aliaga, os sea satisfactorio, y testimonio de mi amistad.
Muchas gracias ,
Atardecer en Roda de Berà