Ayer 14 de Abril, día histórico, y como no podía ser de otra manera, fue un día ampliamente gozoso.
Jorge Wagensberg nos ha regalado otro libro. Esta vez sobre “El gozo intelectual. Teoría y práctica sobre la inteligibilidad y la belleza” ( Tusquets Editores, Metatemas n.97, Barcelona Abril 2007). El gozo intelectual aparece, refulgente, en el momento en que la comprensión y la intuición nos llevan a un conocimiento mayor. Eureka!
Dice: “Debo confesar que no sé muy bien a qué se refieren los místicos cuando declaran que viven una de sus trascendentes experiencias, pero no puede estar muy lejos del gozo intelectual asociado a una nueva comprensión o una nueva intuición.”
Desde hace días, en un estante de casa reposa la historia de la rana de De Mello. Ayer la leí. La resumo a mi manera: Un monje, molesto por el croar de las ranas durante su oración, sale a la ventana y manda que se callen, que su oración no puede llegar correcta a Dios. Las ranas y todos los demás croares del mundo se apagan haciéndose un silencio sobrecogedor. El monje comprende que algo no va bien. Él mismo queda con su oración desconectado. Vuelve a salir a la ventana y pide que las ranas croen de nuevo, y entonces, todas y todos los sonidos del mundo, sinfónicamente, llenan sus oídos y su espíritu. Su oración, en este momento goza en Dios.
Una serie de casualidades me llevaron ayer noche al recital de María Bayo en recuerdo de Victòria dels Àngels. Cuando todos los elementos preconcebidos caen y te dejas mecer exclusivamente por ondas del arte, el gozo es tan extraordinario que se hace físico. De repente, hay un momento en que una emoción te recorre todo el cuerpo. La piel toda está receptiva y cautiva.
¡Qué diferencia tan pequeña y sutil entre estas ramas gozosas de este árbol de la vida. El intelecto, la mística y la experiencia artística. Y, ¿no será que el tronco de este mismo árbol no sea nuestra propia capacidad de orgasmear? Bonito verbo.
Ayer, cumplí 634 meses. ¡Cuántos regalos!
Jorge Wagensberg nos ha regalado otro libro. Esta vez sobre “El gozo intelectual. Teoría y práctica sobre la inteligibilidad y la belleza” ( Tusquets Editores, Metatemas n.97, Barcelona Abril 2007). El gozo intelectual aparece, refulgente, en el momento en que la comprensión y la intuición nos llevan a un conocimiento mayor. Eureka!
Dice: “Debo confesar que no sé muy bien a qué se refieren los místicos cuando declaran que viven una de sus trascendentes experiencias, pero no puede estar muy lejos del gozo intelectual asociado a una nueva comprensión o una nueva intuición.”
Desde hace días, en un estante de casa reposa la historia de la rana de De Mello. Ayer la leí. La resumo a mi manera: Un monje, molesto por el croar de las ranas durante su oración, sale a la ventana y manda que se callen, que su oración no puede llegar correcta a Dios. Las ranas y todos los demás croares del mundo se apagan haciéndose un silencio sobrecogedor. El monje comprende que algo no va bien. Él mismo queda con su oración desconectado. Vuelve a salir a la ventana y pide que las ranas croen de nuevo, y entonces, todas y todos los sonidos del mundo, sinfónicamente, llenan sus oídos y su espíritu. Su oración, en este momento goza en Dios.
Una serie de casualidades me llevaron ayer noche al recital de María Bayo en recuerdo de Victòria dels Àngels. Cuando todos los elementos preconcebidos caen y te dejas mecer exclusivamente por ondas del arte, el gozo es tan extraordinario que se hace físico. De repente, hay un momento en que una emoción te recorre todo el cuerpo. La piel toda está receptiva y cautiva.
¡Qué diferencia tan pequeña y sutil entre estas ramas gozosas de este árbol de la vida. El intelecto, la mística y la experiencia artística. Y, ¿no será que el tronco de este mismo árbol no sea nuestra propia capacidad de orgasmear? Bonito verbo.
Ayer, cumplí 634 meses. ¡Cuántos regalos!
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