Ese disco lo dejé de escuchar cuando a los veinticinco años, acabada la carrera, me emancipé. Quedó guardado y después de varios traslados llegó de nuevo. Hoy lo he vuelto a oír. Han pasado más de cuarenta años. Al empezar a girar estaba inquieto. ¿Sonaría bien? Lo ha hecho perfecto, con la misma calidad sonora, la de los discos de vinilo tan superior a la de cualquier otro medio, digital o informático. Sin embargo, esto no es lo que más me ha asombrado, sino verme cuarenta años más tarde percibiéndome igual que cuando era un joven veinteañero escuchando una sinfonía entrecortada. Entonces estaba a las puertas de empezar la vida profesional, ahora a las de acabarla. El disco, el mismo, las emociones, idénticas. Estos días ando leyendo las memorias de Rafael Alberti, La arboleda perdida. Dice que, … caminará hacia el mar, me tumbaré bajo retamas blancas y amarillas a recordar, a ser ya todo yo la total arboleda perdida de mi sangre. La música tiene también esa propiedad, es cómo estirarse bajo retamas estivales y revivir, traer de vuelta lo que parecía olvidado y dejar por un momento en un paréntesis cuarenta años. Pero cuando el disco deja de girar no es lo mismo; el paréntesis es ficticio porque su contenido gravita sobre una conciencia crítica, gravitan principalmente las disonancias y en especial las propias, las únicas con capacidad para redundar. Los aconteceres, mirados a través de las propias pupilas son pesados, sobre todo aquellos que se resisten al olvido encadenados como están uno a otro, como las muñecas rusas, una dentro de la otra guardando la forma, su línea, solo quebrada la dimensión. Son el mismo espacio que aparenta multiplicarse, como ocurre con el tiempo cuando el espacio se desarrolla; pero solo es espacio. Ser el mismo y no serlo. En la forma, las líneas dibujan trazos tenues que dan idea de una figura que permanece. ¿Está viva? Reluce como un torso apolíneo, amaga el deseo y quiere mostrarse brillante. A lo largo de los años esta talla solo parece que haya respirado en un par de ocasiones. Ahora, de nuevo iluminada, todo indica que está a punto de volver a inspirar, a punto de decir, como Rilke: Has de cambiar tu vida.
En memoria de Josep Masana que nos dejó el 4 de diciembre.
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