Mi Quijote Berlinés
Corría el otoño del año 2002, época en que ya hace frío en Berlín, más cuando llegas a él desde el mediterráneo en visita de tres días. Así es que íbamos abrigados con unas zamarras bien gruesas. Berlín es una ciudad con múltiples mercadillos de antigüedades al aire libre, a los que como buenos turistas fuimos a parar. Removiendo todo tipo de baratijas, porcelanas desaparejadas, cubiertos viejos, platos y jarrones, apareció un Quijote en alemán. Lo hojeé sin más, pero como el que no quiere la cosa le pedí al hombre qué valía. Realmente por los tres marcos que me pidió dudé unos instantes en comprarlo aún sabiendo que nunca leería un quijote en alemán y en letra gótica. Era algo así como una broma. Seguí removiendo. Como no encontramos nada de interés decidimos seguir camino, pero al salir del área de exposición de las caóticas y no menos mugrientas cosas de ese vendedor, éste se me acercó y muy cortésmente me preguntó si estaba en realidad interesado por el Quijote. Pensé que me iba a ofrecer un rebaja en el precio del libro, aunque ya era muy barato. También, acentuando mi cortesía, le respondí que no lo sabía, que en todo caso me lo tenía que pensar. Entonces el vendedor, señalándome mi brazo, me dijo que ya lo llevaba. Y, ¡era cierto! Me había puesto el libro debajo de mi brazo izquierdo bien apretado al tórax, pero con tan grueso abrigo no me estaba dando cuenta. Todos nos pusimos a reír y evidentemente de mi bolsillo salieron los tres marcos y mis disculpas. Fue así, con este incidente, cómo se inició mi colección de Quijotes en todas las lenguas que he podido encontrar, siempre con la idea de libros que tuviesen ya su propia historia, que explicasen algo más de la presencia viva de Don Quijote entre nosotros los humanos de todas las latitudes. Y así, poco a poco me he ido adentrando en la obra principal de Cervantes, que no es sólo los textos que publicó en 1605 y 1615, sino también toda la cola estelar que ha acompañado y marcado nuestra edad moderna.
Corría el otoño del año 2002, época en que ya hace frío en Berlín, más cuando llegas a él desde el mediterráneo en visita de tres días. Así es que íbamos abrigados con unas zamarras bien gruesas. Berlín es una ciudad con múltiples mercadillos de antigüedades al aire libre, a los que como buenos turistas fuimos a parar. Removiendo todo tipo de baratijas, porcelanas desaparejadas, cubiertos viejos, platos y jarrones, apareció un Quijote en alemán. Lo hojeé sin más, pero como el que no quiere la cosa le pedí al hombre qué valía. Realmente por los tres marcos que me pidió dudé unos instantes en comprarlo aún sabiendo que nunca leería un quijote en alemán y en letra gótica. Era algo así como una broma. Seguí removiendo. Como no encontramos nada de interés decidimos seguir camino, pero al salir del área de exposición de las caóticas y no menos mugrientas cosas de ese vendedor, éste se me acercó y muy cortésmente me preguntó si estaba en realidad interesado por el Quijote. Pensé que me iba a ofrecer un rebaja en el precio del libro, aunque ya era muy barato. También, acentuando mi cortesía, le respondí que no lo sabía, que en todo caso me lo tenía que pensar. Entonces el vendedor, señalándome mi brazo, me dijo que ya lo llevaba. Y, ¡era cierto! Me había puesto el libro debajo de mi brazo izquierdo bien apretado al tórax, pero con tan grueso abrigo no me estaba dando cuenta. Todos nos pusimos a reír y evidentemente de mi bolsillo salieron los tres marcos y mis disculpas. Fue así, con este incidente, cómo se inició mi colección de Quijotes en todas las lenguas que he podido encontrar, siempre con la idea de libros que tuviesen ya su propia historia, que explicasen algo más de la presencia viva de Don Quijote entre nosotros los humanos de todas las latitudes. Y así, poco a poco me he ido adentrando en la obra principal de Cervantes, que no es sólo los textos que publicó en 1605 y 1615, sino también toda la cola estelar que ha acompañado y marcado nuestra edad moderna.
A este
primer libro traducido al alemán
le han seguido hasta el momento más de veinte traducciones a otras tantas
lenguas. Los he ido adquiriendo principalmente por Internet y también en mis
viajes. Es un motivo de divertimento viajar por las distintas ciudades e ir
buscando por las librerías de viejo algún Quijote. Luego, en casa, se abre la
imaginación pensando y recreando una posible historia; buscar datos
escudriñando en la red, conocer personajes perdidos en la memoria que vivieron
traduciendo una historia del siglo XVI-XVII para unos lectores de culturas, a
veces, totalmente ajenas y alejadas tres o cuatrocientos años en el tiempo. Y ahora, mediante este blog que se
inicia, todo viajará a la velocidad de la luz. Don Quijote montado sobre un
Rocinante de luz!
A mi nuevo blog: Mis Quijotes
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