Legalidades, moralidad, conflictos y poder
Legalidad negro sobre blanco |
En una primera aproximación
avisto tres tipos de legalidades: la que proviene de los pactos entre los
hombres, la que proviene de las divinidades o desde conceptos como pueblo
o unidades de destino y, finalmente, la impuesta por la fuerza.
Legalidad divina, unidad de destino |
Videla, un dictador más |
Así, ¿de dónde surgen los conflictos, las confrontaciones cuando dos legalidades se enfrentan?
Habrá conflicto, sobre todo, cuando una legalidad emergente se quiera imponer por la fuerza o cuando lo quiera hacer mediante métodos no pactados. En el primer caso asistimos a un golpe de estado violento, con el ejército en la calle, y en el segundo a una revolución. En todo caso, cada una de las legalidades, la antigua y la nueva, se justificarán y se arrogarán a sí mismas la mayor de las moralidades.
Hundidos en la miseria de las ideas irreductibles, resuelven sus diferencias |
¿Y cómo se acaba todo esto ante actitudes tan irreductibles, incapaces de iniciar cualquier diálogo? Sabido es que no pueden convivir dos legalidades al mismo tiempo, por tanto, una habrá de prevalecer sobre la otra. La legalidad emergente solo podrá salir adelante si demuestra la inconsistencia de la legalidad vigente y consigue, mediante la fuerza de la ocupación del espacio público, el desgaste del contrario, mientras que éste, para resolver el apremio, solo tendrá a su alcance la fuerza para doblegar a la insurgencia.
La confrontación, pues, finaliza cuando una de las legalidades anula a la otra, como habitualmente el lobo a Caperucita, sin excluir que la Caperucita, en alguna ocasión, liquide al final al lobo. Es decir, siempre, de un signo u otro, habrá un acto de violencia.
Solo después, cuando
parezca que todo ha acabado, alguien ajeno y conocedor de la escena podrá intervenir.
Kant dixit |
Vueltas las aguas a su cauce dejarán al aire el verdadero problema:
que la moralidad debe tener consciencia de legalidad (Kant dixit) y la legalidad debe abarcar la máxima amplitud moral. En definitiva, todo ello no es nada más que el reflejo de esa naturaleza humana nuestra tan inefable e inabarcable, esa naturaleza que ha de ser construida cada día y que tolera tan mal el inmovilismo.
Por cierto, solo la humildad y el
abrazo fraternal pueden dar lugar al sosiego indispensable para otear conjuntamente
horizontes diáfanos.
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