Objetos, reflejos y sombras en nuestra primera casa |
Es el tono la profundidad poética que se consigue tras liberar –no sin esfuerzo– las cargas cotidianas y las angustias por el sobrevivir. Es aquella sensación surgida cuando se afronta el blanco, ese que rebosa de vacío y ciega; es aquella alucinación ante lo no acontecido y, también, es el estremecimiento cuando el tiempo, bajo cualquier excusa, se va y no vuelve. Entonces sólo queda él, el tono, nada más, un silencio reposado sobre una sola nota resonante, continua e invariable.
Después, los que habrán sobrevivido, en aquél momento, y sólo en él, podrán y deberán realizar una interpretación; una interpretación sujeta a la subjetividad del instante y que, cuánto más poética y más ensoñada sea, sabrá discernir mejor aquello que hubo de real una vez trascendidas las palabras y los hechos del pasado.
Mi dibujo sobre papel de arroz con tinta china que hice para Mariona, 1978 |
He añadido tres
imágenes de hace casi cuarenta años que han permanecido reposando en mí.
Objetos, sombras, reflejos, líneas entrecruzadas en busca de algún significado
y una mirada azabache e hiriente. Un tono que viene de lejos, que resuena
remoto y, por ser tan alejado y recobrado, adquiere ahora su mayor dimensión. Claro, una dimensión personal y no decible; tal es esa añorada ausencia de signos y de cualquier sintaxis.
Mirábamos |
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