Recibo habitualmente la revista cuatrimestral
MuseumsJournal Berlin&Potsdam, y el último numero aborda el relato sobre el exilio.
Me ha parecido un tema de absoluta actualidad, aunque nunca debiera haberlo dejado de ser, porque hace referencia al sentido más profundo de patria que tan importante es para una gran mayoría de la ciudadanía. Aunque para otros no sea así, como es en el caso de Pessoa para el que su patria no era un lugar, una ciudad o un país, si no una lengua, la portuguesa. El exilio se manifiesta cuando expulsado fuera de casa por motivos económicos, políticos, religiosos, sociales, o los que fuere, el ciudadano se encuentra sin posibilidad de volver. El exilio no es marchar, el exilio es no poder volver. Así se genera un sentimiento que se instaura dentro de cada uno, que no depende del lugar de donde se salió ni del de acogida. Es un desgarro en el "sí mismo". La patria, ese lugar, ciudad o país en el que se ha nacido, forma parte de cada uno, como la religión, y como ésta, la patria es personal. Ambas pueden abarcar desde un sentimiento mínimo hasta una dependencia vital absoluta, desde un agnosticismo hasta un sacerdocio. Esta patria poco tiene que ver con la Patria política –en mayúsculas– que algunos quieren convertir en bien supremo, como cuando antes una religión concreta debía ser el patrón general. Por fortuna, las sociedades modernas ya no son confesionales: caben todos, sea el color de su religiosidad el que sea. Ha sido un gran avance. Ahora solo hace falta que la sociedad deje a la patria en paz; que cada uno viva la suya, en su interior, sin querer imponerla sobre nadie. Sería impensable que Pessoa quisiese imponer su patria, la lengua portuguesa, él que creía que la ignorancia, el fanatismo y la tiranía eran los peores males. Mostrar cariño hacia la patria, –como lo hizo Smetana con su música patriótica allá por donde fluye el Moldava–, es la expresión de un sentimiento noble que él participó con los demás hombres y mujeres del mundo.
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La versión que escuché en los años 70 |
Para el ciudadano actual –el que se mueve entre la dimensión pequeña de su lugar y la inabarcable e incomprensible del mundo global–, las quimeras intermedias representan el ensueño donde pueden medrar los oportunistas, los del poder por el poder. Ojalá nadie definiera "pueblos" ni "unidades de destino" con las que el ciudadano se encontrase en deuda, perdida la gratuidad en el haber nacido. Entonces, probablemente, este ciudadano no tendría que exiliarse más y podría vivir su sentimiento patriótico, al igual que el religioso, sin amenazas.
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Eclipse de luna desde mi balcón. |
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